Idioma: Andaluz
Norma: PAO-UNIFICADO
Hisham al-Yazirí
Jazía menoh d’una ora ende qu’er gobennaô yazirí abía combocao a toloh guerreroh dihponibleh, i Hisham ya’htaba urtimando loh preparatiboh par combate. Ar paezê, unoh jineteh benimerineh que patruyaban lah tierrah fronterizah, abían abihtao un ejérzito enemigo que s’aprosimaba a la ziudá amurayá con maquinaria d’asedio.
Hisham, con la mente puehta’n la bataya qu’iba a tenê lugâ en loh arreoreh de la ziudá, terminó d’abroxarse’r berméh. Sobre ehte, se puso su cota’e maya de largo ahta lah roìyah i se colocó con cudiao l’armófâ’n la cabeza, dejando de caê’r rehto de la maya der mihmo sobre suh ombroh.
Aluego, se puso su yermo nasâ i cojió su ehpá, un azero d’oja rehta que pertenezió primero a su agüelo i dihpuéh a su pae. Se trataba d’una ehpá simple, no como lah ehquisitah jinetah de nobleh i reyeh, pero de gran resihtenzia.
Una beh que guardó su ehpá’n la baina, s’azercó a la paré aonde tenía corgao l’ehcúo. Era reondo i de maera, con reborde de metâ, ya que prefería ehte tipo de protezión a lah adargah de cuero d’orijen berebê.
Con el ehcúo ya exao a la’hparda, jue ar zaguán aonde l’ehperaba su lanza. Se la cargó a l’ombro i salió’e la casa dezidío a defendê su tierra de loh imbasoreh crihtianoh der norte.
L’artiyería cahteyana ohtigaba sin dehcanso a la poblazión yazirí. Grandeh rocah efféricah, lanzáh por robuhtoh armajanequeh, s’ehtreyaban contra la muraya i loh edifizioh de la ziudá. El ofiziâ ar mando se plantó frente ar portón prinzipâ i ordenó qu’una parte de lah tropah dejara la protezión de la urbe i combatiera a l’enemigo en campo abierto, con el ojetibo de repelê a loh asartanteh crihtianoh qu’intentaban d’alebantâ ehcalerah con lah que bullâ loh muroh.
Hisham s’encontraba quitando ehcombroh d’una cohtruzión zercana, cuando rezibió la orden d’unirse ar rehto’e sordaoh i milizianoh que se preparaban pa salî a rexazâ a lah juerzah asedianteh. Asín qu’abandonó la tarea pa presentarse lo anteh posible n’er portón prinzipâ.
Cuando yegó, loh guardiah ehtaban alebantando’r rahtriyo. Durante la’hpera, Hisham púo contemplâ loh semblanteh de nerbiosihmo i precupazión de loh ombreh qu’abía a su arreó. Con er rahtriyo y’arrecojío, loh guardiah abrieron er portón i el ofiziâ ordenó a la tropa salî formando una fila de zinco ombreh de anxo. Pero namáh atrabesallo, jueron rezibíoh con una densa yubia de flexah. Hisham arzó l’ehcúo pa protejerse de loh mortaleh proyehtileh que se clabaron contra la maera sin yegâ a perforalla. Otroh no corrieron la mihma suerte i jueron abatíoh pol lah flexah enemigah. Sin embargo, no consiguieron que lah tropah yaziríeh direan un paso atráh.
Mientrah marxaban pa detenê l’abanze de loh dehtacamentoh crihtianoh, ende lah armenah loh bayehteroh yaziríeh dihparaban sin dehcanso mortaleh sarbah de saetah contra lah tropah imbasorah.
Cuando loh yaziríeh s’encontraban a poco mah d’una dozena’e metroh de l’enemigo, el ofiziâ ar mando dio la orden de cargâ. Hisham corrió p’alante con er rehto’e la tropa, mientrah beía como l’enemigo formaba un muro d’ehcúoh i lanzah. Ehtaba aterrao, pero no poía darse medía güerta i juî. Dezidió sê baliente i enfrentarse a su dehtino.
Una beh qu’ehtubo lo sufizientemente zerca d’uno de loh sordaoh crihtianoh, apartó la lanza d’ehte con un gorpe d’ehcúo i, aprobexando l’impurso de la carga, lo gorpeó con su lanza. Como era d’ehperâ, jue bloqueao por er crihtiano pero, por mo de la juerza con er que jue asehtao, jizo qu’ehte se desehtabilizara i que queara indefenso. Ehto le dio a Hisham la oportunìá de claballe la lanza n’er pexo. Una oportunìá que no ehperdizió.
Sin perdê un ihtante, desenbainó su ehpá, dejando la lanza n’er cuerpo sin bía de l’enemigo abatío; i s’enzarzó con otro crihtiano que blandía un pesao arfanje. Intercambiaron gorpeh i bloqueoh, de mientrah a su arreó suh compañeroh iban ganando terreno i ehtrozando lah ehcalerah de loh crihtianoh. Cuando consiguió benzê a su arbersario, loh pocoh superbibienteh der dehtacamento enemigo juían der combate.
Pero no ubo tiempo pa zelebrâ la bihtoria, poh biendo cómo loh andalusíeh acababan poco a poco con suh tropah d’asarto, el ejérzito cahteyano embió a la cabayería. Hisham, ajeno a ehte suzeso, acababa d’abatî con su ehpá a l’úrtimo ombre der rejimiento cuando l’ofiziâ ordenó creâ un muro de lanzah i ehcúoh. Cuando se unió a la formazión, púo bê cómo loh jineteh cahteyanoh s’azercaban ar galope a su posizión. Hisham jincó con enejía la parte trasera de la lanza n’er suelo, i la apuntó p’alante.
En cuehtión de segundoh, loh jineteh s’abalanzaron contra’r muro de lanzah. La punta’e l’ahta de Hisham penetró er pexo d’uno de loh cabayoh, quebrándose por el impahto i jaziendo que la behtia se dehplomara. En consecuenzia, er jinete salió pol loh aireh i s’ehtreyó contra’r suelo. Aprobexando qu’er cahteyano s’encontraba mareao por er zaleazo, Hisham l’asehtó una ehtocá qu’acabó con la bía de su oponente.
Apenah le dio tiempo de sacâ la ehpá der cuerpo inerte de su arbersario, cuando sintió qu’argo se le clabó con juerza en la’hparda. S’exó la mano atráh e identificó ese ojeto ehtraño, era una flexa. Se tambaleó, tratando’e mantenerse’n pie, pero ehtaba esauhto i terminó por derrumbarse.
Enanteh de perdê la cozzienzia, Hisham, púo bê cómo l’ejérzito cahteyano se batía’n retirá de güerta ar campamento. Abían ganao otra bataya, pero er sitio continuaba.
Traducción: José María De Benito
Idioma: Castellano
Hisham al-Yazirí
Hacía menos de una hora desde que el gobernador yazirí había convocado a todos los guerreros disponibles, y Hisham ya estaba ultimando los preparativos para el combate. Al parecer, unos jinetes benimerines que patrullaban las tierras fronterizas, habían avistado un ejército enemigo que se aproximaba a la ciudad amurallada con maquinaria de asedio.
Hisham, con la mente puesta en la batalla que iba a tener lugar en los alrededores de la ciudad, terminó de abrocharse el gambesón. Sobre este, se puso su cota de malla de largo hasta las rodillas y se colocó con cuidado la cofia en la cabeza, dejando caer el resto de la malla de la misma sobre sus hombros.
Tras esto, se puso su yelmo nasal y cogió su espada, un acero de hoja recta que perteneció primero a su abuelo y después a su padre. Se trataba de una espada simple, no como las exquisitas jinetas de los nobles y reyes, pero de gran resistencia.
Una vez que guardó su espada en la vaina, se acercó a la pared donde tenía colgado el escudo. Era redondo y de madera, con reborde de metal, ya que prefería este tipo de protección a las adargas de cuero de origen bereber.
Con el escudo colgado en la espalda, fue al vestíbulo donde le esperaba su lanza. La cargó al hombro y salió de la casa decidido a defender su tierra de los invasores cristianos del norte.
La artillería castellana hostigaba sin descanso a la población yazirí. Grandes rocas esféricas, lanzadas por robustos fundíbulos, se estrellaban contra la muralla y los edificios de la ciudad. El oficial al mando se plantó frente al portón principal y ordenó que una parte de las tropas dejara la protección de la urbe y combatiera al enemigo en campo abierto, con el objetivo de repeler a los asaltantes cristianos que intentaban levantar escaleras con las que burlar los muros.
Hisham se encontraba quitando escombros de una construcción cercana, cuando recibió la orden de unirse al resto de soldados y milicianos que se preparaban para salir a rechazar a las fuerzas asediantes. Así que abandonó la tarea para presentarse lo antes posible en el portón principal.
Cuando llegó, los guardias estaban levantando el rastrillo. Durante la espera, Hisham pudo contemplar los semblantes de nerviosismo y preocupación de los hombres que había a su alrededor. Con el rastriyo ya recogído, los guardias abrieron el portón y el oficial ordenó a la tropa salir formando una fila de cinco hombres de ancho. Pero nada más atravesarlo, fueron recibidos con una densa lluvia de flexas. Hisham alzó el escudo para protegerse de los mortales proyectiles que se clavaron contra la madera sin llegar a perforarla. Otros no corrieron la misma suerte y fueron abatidos por las flechas enemigas. Sin embargo, no consiguieron que las tropas yaziríes direan un paso atrás.
Mientras marchaban para detener el avance de los destacamentos cristianos, desde las almenas los ballesteros yaziríes disparaban sin descanso mortales salvas de saetas contra las tropas invasoras.
Cuando los yaziríes se encontraban a poco más de una docena de metros del enemigo, el oficial al mando dio la orden de cargar. Hisham corrió hacia delante con el resto de la tropa, mientras veía como el enemigo formaba un muro de escudos y lanzas. Estaba aterrado, pero no podía darse medía vuelta y huir. Decidió ser valiente y enfrentarse a su destino.
Una vez que estuvo lo suficientemente cerca de uno de los soldados cristianos, apartó la lanza de este con un golpe de escudo y, aprovechando el impulso de la carga, lo golpeó con su lanza. Como era de esperar, fue bloqueado por el cristiano pero, a causa de la fuerza con el que fue asestado, hizo que este se desestabilizara y que quedara indefenso. Esto le dio a Hisham la oportunidad de clavarle la lanza en el pecho. Una oportunidad que no desperdició.
Sin perder un instante, desenvainó su espada, dejando la lanza en el cuerpo sin vida del enemigo abatido; y se enzarzó con otro cristiano que blandía un pesado bracamarte. Intercambiaron golpes y bloqueos, mientras a su alrededor sus compañeros iban ganando terreno y destrozando las escaleras de los cristianos. Cuando consiguió vencer a su adversario, los pocos supervivientes del destacamento enemigo huían del combate.
Pero no hubo tiempo para celebrar la victoria, pues viendo cómo los andalusíes acababan poco a poco con sus tropas de asalto, el ejército castellano envió a la caballería. Hisham, ajeno a este suceso, acababa de abatir con su espada al último hombre del regimiento cuando el oficial ordenó crear un muro de lanzas y escudos. Cuando se unió a la formación, pudo ver cómo los jinetes castellanos se acercaban al galope a su posición. Hisham hincó con energía la parte trasera de la lanza en el suelo suelo, y la apuntó hacia delante.
En cuestión de segundos, los jinetes se abalanzaron contra el muro de lanzas. La punta del asta de Hisham penetró er pecho de uno de los caballos, quebrándose por el impacto y haciendo que la bestia se desplomara. En consecuencia, el jinete salió por los aires y se estrelló contra el suelo. Aprovechando que el castellano se encontraba mareado por el golpe, Hisham le asestó una estocada que acabó con la vida de su oponente.
Apenas le dio tiempo de sacar la espada del cuerpo inerte de su adversario, cuando sintió que algo se le clavó con fuerza en la espalda. Se echó la mano atrás e identificó ese objeto extraño, era una flecha. Se tambaleó, tratando de mantenerse en pie, pero estaba exhausto y terminó por derrumbarse.
Antes de perder la consciencia, Hisham, pudo ver cómo el ejército castellano se batía en retirada de vuelta al campamento. Habían ganado otra batalla, pero el sitio continuaba.