Er corazón mecánico, 2ª Entrega

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PAO-UNIFICADOOriginal

Autor: Miguel Ángel Hiniesta Sánchez
Traducción: José María De Benito, ‘Xema’
Idioma: Andaluz
Norma: PAO-UNIFICADO

Er corazón mecánico, 2ª Entrega


Séhtima parte

Abajó l’úrtimo der coxe, era negro i tenía banderitah en er capó. Le paezió n’ezeso aburrío. I cuando miró p’arriba bio’r zielo d’ocre azulao en detráh der frontón calizo de la embajá de Xipre. Lah ehcalerah eran berde beteao, de mármô, importao’e Marruecoh i daba a l’oío er repique der gorpezito de la suela dura der zapato. Toitoh iban rebien jateaoh i subían cojíoh de la mano lah mujereh i loh ombreh, i con solenne dihnìá loh libreh mandatarioh. No le resurtaba ehtraño aqueyo poh abía bihto munxah bezeh er conzierto d’año nuebo i s’abía fijao’n la sala dorá der Musikverein. Tamién abía poío conozê’n su larga ehtanzia n’Alemania er Reichstag. S’arrimó i, en er temporâ abandono de la Ana i su pare, se tomó una copa de xampán, d’esah que son bajitah i anxah, cuando se bio roeao de menihtroh…


Ohtaba parte

L’asartaron, i con munxa buya i arguyo er menihtro presentó a l’Adrián a suh igualeh i se recocleaba de tenê ante sí ar primer, duraero, corazón mecánico d’Uropa; i se beía n’eyoh la sorpresa, i la curiosìá i la ruea de suh menteh cabilando’n la pila’e posibilìaeh. I le seguían preguntando arreô’e porqué abía güerto a Ehpaña endihpuéh de tantos añoh en Alemania i leh contehtaba qu’exaba’e menoh la idea d’un lugâ meridionâ con otro clima, otra jente i otrah posibleh formah de bibî. I junto a una tía rubia i un poco esequilibrá, por una serie’e motiboh, pensaba d’ehtablezerse n’el Argarbe i sacarse ayí su título.

Pero la curiosìá no tenía límite ni lo percuraba i le preguntaron por su formazión u ofizio confesándoleh que no era otra su boluntá que la de deprendê cozina o acaso pa repohtero. I eh qu’emberdá’n munxoh momentoh el Adrián abía jexo de comê pa loh arbañileh ehtranjeroh en Köln i abía frito lah tandah i tandah de papah i güeboh i asao xorizoh i xihtorrah i apreparao cardoh i potajeh i s’abía sentío con eyo mu satihfexo. Ér beía qu’ehtoh señoreh trajeaoh no sentían er balô de su obra i leh ehplicó que cozinâ, qu’alimentâ a l’otro, eh un ahto’e cariño i d’amô i qu’ér quería d’ehtablezê ese compromiso de bondá pazia la condizión umana mediante ese medio. Claramente eso no s’entendía i le miraban educámente condezendienteh ezehto uno d’eyoh que yebaba’n la solapa’e su xaqueta un pin con la figura d’un zihne…


Nobena parte

Rebisando l’arquitehtura diezioxehca s’acercó a una terraza con lah puertah de crihtaleh abiertah i en su barconá un ombre: el Eduardo. I a su lao la Ana. Ehte le salùó mu zeremoniosamente. Nuehtro xico por sacalle combersazión le preguntó por er motibo d’aqueya fiehta. A lo que l’Eduardo l’ehplicó que zelebraban er ziento beinte anibersario de la liberazión xipriota, continuaba contando qu’er paíh abía tenío, ende entonze, una rápida recuperazión económica i aqueyo era un juerte gorpe’e pexo de l’embajaô.

La noxe se’abía prezipitao entre aqueya baranda’e piera; suh colunnah dóricah i lah madreserbah con lah floreh moráh jazían por rozarse a la piê de loh treh. El Eduardo como loh otroh con suh trajeh marinoh tan serio i satihfexo no arreparaba en la emozión der xico con su ehtraño pantalón arto i acampanao con su camisetina corta o la de la Ana engüerta en su behtío’e tû bordao con lah cohtelazioneh en jilo’e plata…


Dézima parte

Ar najarse’r menô, endicó a l’Eduardo i le dijo: «lah cosah poían no abê sío asín» i ér se preguntaba intentando d’adibinâ lo que rearmente era un pozo’e resentimiento en su Ana. Pero la combersazión s’interrumpió porque bieron a su gata con un gatito, la gata qu’abían cahtrao pa que no tubiera críah abía arrecojío una’e la caye. I eso era lo qu’eya quería ehpresâ que no se pue ejerzê’r dominio sobre’r cuerpo de l’otro, loh qu’eya apoyaba se realizaban, se fortalezían mediante’r dominio i la ihtrumentalizazión de loh cuerpoh ajenoh, mediante’r mieo i la biolenzia i l’agresión a tolo diferente i minoritario, a lo que no juera ejemónico i le paezió tan trihte i penoso que no quiso’e contribuî a lah ehtruhturah d’ese paíh que guardaba silenzio i paezía mohtrâ una jonda conformìá con su réjimen. La Ana pensando n’el Adrián qu’acababa de cruzâ la puerta, recreándose’n su remordimiento, con los ojoh reteniendo lah úmeah lágrimah se sacó der deo la sortija i dejó de caê su reflejo’n la mano’e su prometío…


Autor: Miguel Ángel Hiniesta Sánchez
Idioma: Castellano

El corazón mecánico, 2ª Entrega


​​Séptima parte

Bajó el último del choche, era negro y tenía banderitas en el capó. Le pareció en exceso aburrido. Y cuando miró hacia arriba vio el cielo de ocre azulado detrás del frontón en caliza de la embajada de Chipre. Las escaleras eran verde veteado, de mármol, importado de Marruecos y daba al oído el repique del golpecito de la suela dura del zapato. Todos vestían bien y subían cogidos de la mano las mujeres y los hombres y en gran seria dignidad los libres mandatarios. No le resultaba extraño aquello pues había visto muchas veces el concierto de año nuevo y se había fijado en la sala dorada del Musikverein. También había podido conocer en su larga estancia en Alemania el Reichstag. Se acercó y en el temporal abandono de Ana y su padre tomó una copa de champagne de esas que son bajitas y anchas cuando se vio rodeado de ministros…


Octava parte

Le asaltaron, y con mucha premura y orgullo el ministro presentó a Adrián a sus iguales y se regodeaba de tener ante sí al primer, duradero, corazón mecánico de Europa y se veía en ellos la sorpresa y la curiosidad y la rueda de sus mentes pensando en las amplísimas posibilidades. Y le seguían preguntando sobre porqué había vuelto a España después de tantos años en Alemania y les contestaba que echaba de menos la idea de un lugar meridional con otro clima, otra gente y otras posibles formas de vivir. Y junto a una tía rubia y un poco desequilibrada, por una serie de motivos, pensaba establecerse en el Algarbe y sacarse allí su título.

Pero la curiosidad no se limitaba ni lo pretendía y le preguntaron por su formación u oficio confesándoles que no era otra su voluntad que la de aprender cocina o quizás para repostero. Y es que ciertamente Adrián en muchas ocasiones había hecho de comer para los albañiles extranjeros en Köln y había frito las tandas y tandas de papas y huevos y asado chorizos y chistorras y preparado caldos y potajes y se había sentido con ello muy satisfecho. Él veía que estos señores trajeados no sentían el valor de su obra y les explicó que cocinar, que alimentar al otro, es un acto de cariño y de amor y que él quería establecer ese compromiso de bondad hacia la condición humana mediante ese medio. Claramente eso no se entendía y le miraban educadamente condescendientes excepto uno de ellos que llevaba en la solapa de su chaqueta un pin con la figura de un cisne…


Novena parte

Revisando la arquitectura dieciochesca se acercó a una terraza con las puertas de cristales abiertas y en su balconada un hombre: Eduardo. Y a su lado Ana. Este le saludó muy ceremoniosamente. Nuestro chico por sacarle conversación le preguntó por el motivo de aquella fiesta. A lo que Eduardo le explicó que celebraban el ciento veinte aniversario de la liberación chipriota, continuaba contando que el país había tenido, desde entonces, una rápida recuperación económica y aquello era un fuerte golpe de pecho del embajador.

La noche se había precipitado entre aquella baranda de piedra; sus columnas dóricas y las madreselvas con las flores moradas hacían por rozarse a la piel de los tres. Eduardo como los otros con sus trajes marinos tan serio y satisfecho no reparaba en la emoción del chico con su extraño pantalón alto y acampanado con su camisetina corta o la de Ana envuelta en su vestido de tul bordado con las constelaciones en hilo de plata…


Décima parte

Al irse el menor, miró a Eduardo y le dijo: «las cosas podían no haber sido así» y él se preguntaba tratando se adivinar lo que realmente era un pozo de resentimiento en su Ana. Pero la conversación se interrumpió porque vieron a su gata con un gatito, la gata que habían castrado para que no tuviera crías había recogido una de la calle. Y eso era lo que ella quería expresar que no se puede ejercer el dominio sobre el cuerpo del otro, los que ella apoyaba se realizaban, se fortalecían mediante el dominio y la instrumentalización de los cuerpos ajenos, mediante el miedo y la violencia y la agresión a todo lo diferente y minoritario, a lo que no fuera hegemónico y le pareció tan triste y penoso que no quiso contribuir a las estructuras de ese país que guardaba silencio y parecía mostrar la profunda conformidad con su régimen. Ana pensando en Adrián que acababa de cruzar la puerta, recreándose en su remordimiento, con los ojos reteniendo las húmedas lágrimas se retiró del dedo la sortija y dejó caer su reflejo en la mano de su prometido…